Serguéi Eisenstein fue una cumbre del cine mundial. Mucho bronce cubre su desastrosa trayectoria. Conoció el poder desmedido, la humillación y el olvido.
Como Welles, Eisenstein se destacó tempranamente y dirigió su obra maestra, El acorazado Potemkin (1925) con apenas 26 años. Como Coppola, llevó a varios productores a la ruina con sus proyectos desmesurados. Como Bergman, sufrió por disputas políticas que ignoraba, entretenido en sus experimentos artísticos.
A los 28, era llamado "su Majestad". Para la filmación de Octubre, que conmemoraba el decenio de la Revolución, tuvo superpoderes:
- Dispuso de unos 4000 extras voluntarios para el rodaje.
- Contó con un acorazado real provisto por el Estado y bombardeó -¡de verdad!- el Palacio de Invierno en San Petersburgo, que resultó seriamente dañado.
- Consumió tanta energía eléctrica, que hubo que realizar cortes programados en las ciudades lindantes.
Octubre fue un fracaso comercial y político. Mientras editaba, no se enteró del enfrentamiento entre Stalin y Trotsky. A las apuradas, tuvo que quitar las escenas en las que aparece este último en el corte final.
Colaboró de diversas formas con el gobierno soviético, pero admiraba a D. W. Griffith y decía que en Estados Unidos estaba el porvenir del cine. En 1930, viajó a Hollywood y llegó a firmar con la Paramount, pero la prensa americana lo tildaba de "judeo-comunista" y terminaron rescindiéndole el contrato. Cuando regresó a la URSS era considerado un "intelectual pequeño-burgués" sospechoso para el gobierno.
Se fue alejando cada vez más de la estética oficial del régimen, el realismo socialista. Vsévolod Pudovkin, uno de sus grandes rivales, dijo de él: "Es un superintelectual... Le tengo piedad porque es incapaz de tener sentimientos humanos". Pese a ser considerado en vida entre los mejores cineastas del mundo, su último film (La conjura de los boyardos) fue censurado.
Murió a los 50 años. Había creado la teoría cinematográfica y elevado un espectáculo de feria a la estatura de lenguaje universal.