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Birdman: el cine sobre el cine

por Leandro González de León para Güarnin!


El triunfo de Birdman, de Alejandro G. Inárritu, en la última entrega de los Oscar puso en el centro del debate la obsesión de Hollywood por sí mismo. Es que en Birdman no sólo Michael Keaton compone a una estrella olvidada que remite a su propia carrera, sino que el argumento reelabora los tópicos más conocidos de la vida de los artistas norteamericanos: las diferencias entre Los Angeles y New York, el cine contra la literatura y el teatro, la difícil relación del arte con la industria, el rol de los críticos, etc.

¿Se trata, como muchos afirmaron estos días, de una incapacidad de contar otras historias? ¿De un sesgo de creadores que no pueden ven más allá de sus propias narices? La comparación con Boyhood, de Richard Linklater, se hace inevitable. Filmada a lo largo de doce años con un actor que efectivamente crece, Boyhood pretende reconstruir la vida cotidiana de una familia común desde una óptica realista. Nada de explosiones ni superhéroes, fuckin’ bullshit: la vida misma.

El cine, oficialmente fundado en 1895, trajo consigo dos grandes promesas: la de una tecnología que permita la captación de lo real, librada de la poco confiable mano humana del pintor o el novelista; y la de un dispositivo que fabrique sueños, que abra las puertas a un mundo de fantasía inagotable. Este dilema persiste hasta nuestros días. ¿El cine documenta o inventa?

Acaso Birdman no haga más que exhibir lo que Boyhood oculta: que siempre hay puesta en escena, mediación y que hasta el más despojado de los documentales no puede mostrar la realidad tal-cual-es, sino a través de la particular mirada del realizador. Como un gran rejunte de basura y ruidos molestos (inquietante percusión de Antonio Sánchez), Birdman es un panorama de nuestro tiempo hasta en sus limitaciones. El tiempo del pequeño relato, del heroísmo perdido, la imposibilidad de narrar lo nuevo sino a través de la nostalgia o la parodia; el cinismo como tono recurrente de nuestra vida cotidiana.