por Ludmila Barbero*
“Monstruo” etimológicamente significa “único”. Es la anomalía que permite conformar un criterio de “normalidad”. El monstruo es aquello que se aparta de la norma, y que, en este apartamiento, permite que la norma se configure como tal. En el ciclo Vampiros: Cine y Otredad, nos hemos propuesto presentar, analizar y debatir películas que abordan el tema de la otredad a través de configuraciones de lo monstruoso.
La primera etapa está dedicada a un monstruo particularmente inquietante, seductor y polisémico, que vectoriza múltiples conflictos sociales, psíquicos y genéricos de acuerdo con las sucesivas apropiaciones de las que ha sido objeto en la historia de la literatura, el arte y el cine. Estamos hablando del vampiro.
Desde el corazón de los Cárpatos, donde Stoker sitúa el hábitat de su criatura, o desde un pintoresco y solitario castillo en los bosques de Styria, de donde es oriunda Carmilla, la vampiresa de Sheridan Le Fanu, este espécimen adicto a la sangre humana ha viajado a través de los tiempos y las geografías para arribar a nuestra época y a las grandes urbes, cumpliendo, quizás, el sueño colonizador de Drácula, que anhelaba procrearse infinitamente e invadir Inglaterra.
Las películas seleccionadas no son obras de género. Por el contrario, se trata de piezas de un indudable valor estético que proponen aproximaciones diferentes al tema del vampirismo. Pensamos que en ellas el vampiro aparece siempre como expresión o como vector de otra cosa: una problematización del bullying adolescente y del amor concebido como vínculo entre víctima y victimario (Déjame entrar); el hedonismo, las adicciones y la relajación de los vínculos humanos (Sólo los amantes sobreviven); la pregunta por la ética en el arte y por la ética stricto sensu (La sombra del vampiro); la posmodernidad como tragicomedia banal (What we do in the shadows); etc.
En este recorrido proponemos formular y formularnos algunas preguntas centrales: ¿Qué tiene para decirnos el cine de vampiros sobre la posmodernidad y el ser humano? ¿Qué conflictos sociales pone sobre la mesa esta figura? ¿Por qué la literatura, el cine y las artes en general insisten en este polivalente personaje?
Recordemos sino un ejemplo de nuestra propia literatura: la apropiación de esta figura realizada por Alejandra Pizarnik en su La condesa sangrienta (1965), donde reescribe la novela de la autora surrealista francesa Valentine Penrose, La comtesse sanglante (1962), para decirnos lo mismo y además más y otra cosa. Recordemos también la novela de Julio Cortázar, 62 modelo para armar (1968), donde la mismísma condesa opera como presencia vampírica asediando a los personajes y vampirizando también la trama narrativa.
*Licenciada en Letras (UBA), Becaria CONICET, Doctoranda en Letras (UBA).