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Bertolucci: arte y abuso

por Leandro González de León, para Güarnin!

A fines de 2016 se viralizó una entrevista realizada al cineasta Bernardo Bertolucci en 2013, en la que confiesa una agresión sexual contra la actriz María Schneider.  En Último tango en París (1973) un hombre maduro (Marlon Brando) tiene encuentros sexuales con una joven desconocida. Sin revelar sus nombres ni detalles de sus biografías, los personajes se entregan al sexo y a la reflexión existencial.





En una escena, Brando le unta el ano con manteca y la penetra mientras ella llora desconsoladamente. Cuarenta años después, el director explica que la idea surgió en un diálogo con Brando y que decidió que la actriz debía sentir la humillación, no actuarla. Y aunque no es efectivamente penetrada, la sorpresa, el maltrato y el sufrimiento expuesto fue real. La justificación de Bertolucci hoy suena perversa, pero se hace eco de una larga tradición del arte occidental: “Siento culpa, pero no me arrepiento (...) Para hacer películas, tienes que ser completamente libre”.

La libertad creativa de los directores de cine se desplegó como nunca para su generación. Para muchos espectadores aún hoy “cine de autor” es sinónimo de calidad y compromiso. Pero el cine de autor es ante todo un modelo de producción que, a diferencia del cine de estudios, centraliza las decisiones en la figura del director, creador y fuente del sentido.

Acaso la “libertad” que ejerció Bertolucci es una proyección expandida, monstruosa, de esa potestad. Necesitó expresarse y a su alrededor no vio artistas, ni personas, sino recursos. No se trata de un error, sino del desborde de una forma egoísta y abusiva de concebir el quehacer artístico.