por Leandro González de León, para Guarnin
El cine ha estado
desde siempre vinculado a otro tipo de fenómenos -la coyuntura política, la
novedad tecnológica, la vida personal de las estrellas- que hacen que el
espectáculo de ver una película trascienda lo que pasa dentro de la sala. Hollywood
ha explotado como nadie estos espacios metadiscursivos. No son cine, pero son su fuente, su contexto, su
recepción.
El estreno de El
renacido (Alejandro G. Inárritu, 2015) fue precedido por un fenómeno que
poco tiene que ver con la historia real del explorador Hugh Glass, sino con
#UnOscarParaLeo, una suerte de campaña impulsada por internautas de todo el
mundo para que Leonardo Di Caprio fuera finalmente premiado por la Academia.
Lo que empezó como una parodia (cientos de miles de imágenes
del actor y la estatuilla en situaciones absurdas) se sostuvo durante varios años
en la red, convirtiéndose en un lugar común y hasta generando frases hechas como
“peor es perder 5 Oscars”. La sexta nominación llegó con El renacido, una historia de supervivencia, sacrificio y venganza. El
personaje se arrastra literalmente ante nosotros y no podemos sino pensar en lo
que este papel significa en la vida del actor estrella.
Tal como hizo con Michael Keaton en Birdman, el mexicano Iñárritu logró explotar a la figura de Di
Caprio para ofrecernos una historia densa,
rica en lecturas y placeres. Analizar El renacido
por su contenido, sin atender este aspecto, nos impide explicar cómo la
recibimos y por qué la disfrutamos tanto.