por Leandro Gonzalez de Leon, para Revista Güarnin!
Del 11 al 21 de abril se desarrolló la 15º edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Ajeno a la premiación, a la gestión de un nuevo director y al fenómeno hipster, el cronista reflexiona sobre alternatividad, independencia y vanguardia.
Desde 1999, se realiza cada año en Buenos Aires, con una solidez sorprendente en una ciudad tan inestable. Impulsado por la Secretaría de Cultura durante el período de Fernando De La Rua, pasó por las manos de todos los jefes de gobierno porteños desde entonces. La actividad ha logrado un consenso tal que lo hizo inmune a la negligencia ibarrista y la depredación Pro. En un entorno luminoso, ecuménico y fraternal, se proyectan cada año más de 400 películas y pasan por las salas algunas figuras de renombre mundial. Sin embargo, ¿se puede hablar de independencia?
Para el buen Thomas Alva Edison, hombre de dos inventos y mil patentes, el cine independiente era llanamente cine ilegal. Y es que una de las primeras denominaciones comprendía a los productores que hacia 1920 decidieron oponerse a las costosas licencias que Edison controlaba desde los inicios del cine: medio centavo por cada centímetro de película. Thomas Alva fue la figura central de una industria que fue restrictiva desde el comienzo. El padre del cine de ficción, Georges Méliès, quedaba en el olvido mientras Edison distribuía una copia pirata de Viaje a la Luna (1902), reservando para sí los derechos sobre la obra y la distribución.Tal como había pasado con el telégrafo, el teléfono y la luz eléctrica, las patentes privadas consumieron a los inventores, artesanos y científicos. Se imponían el empresario, el diseñador y el técnico y no sólo comercialmente: imponían un modo de representación, que hacia 1915 ya estaba perfilado y tuvo relativamente pocos cambios desde entonces. Hollywood, la fábrica de sueños.
¿Qué encontramos en el resto, en ese cine "independiente" que desde entonces se expresa desde los márgenes? Un cine que está por delante y por detrás del cine dominante, para decirlo rápidamente. Una vanguardia interesada en experimentar con el lenguaje del cine y buscar nuevas formas de expresión (Buñuel, Bergman, Lynch), y una retaguardia, que se nutre de residuos del cine de estudios: escenarios reutilizados, astros en decadencia, lugares comunes; el cine B como arte de segunda mano. Ese margen abre muchas posibilidades creativas y el azar hace el resto. El azar es enemigo del Orden.
Desde que se consolidó como lenguaje hegemónico, el cine no hizo otra cosa que hablar de sí mismo. El BAFICI no es la excepción: "el cine sobre el cine" es uno de los motivos recurrentes de muchas proyecciones y debates. Sin embargo, el desafío de representar al Otro sigue siendo el objetivo de muchos cineastas contemporáneos. El Otro extranjero, el marginado social; un cine que narre al Tercer Mundo y que en gran medida provenga de él, un cinecontra el colonialismo informativo.
Un festival de cine en la periférica Buenos Aires, con presencia de cineastas de Corea del Sur, Irán, Finlandia o Senegal, puede ser un festival de cine no alineado: uno que cuestione los modos de representación con su mera presencia, más allá de las pretensiones personales de los autores y de las especulaciones de los funcionarios locales.
Sería un error juzgar al Festival por el amarillo de los carteles de Macri o por la afectación de los estudiantes de la FUC. Con o sin ellos, el BAFICI ha logrado ser un espacio para todos estos debates. Todos somos, al fin y al cabo, gente de la periferia, malhumorados vecinos en el conurbano del mundo.
ALGUNAS PELÍCULAS
El nuevo director del BAFICI, Marcelo Panozzo, convocó para esta edición al cineasta brasileño Júlio Bressane, cuyas obras (más de 40) eran inéditas en la Argentina. Se proyectaron 17 películas. O Monstro Caraíba (1975) promete ser "una nueva historia antigua de Brasil". El héroe es Brasil, un tipo robusto que llega nadando una isla y la explora buscando sus propios orígenes. Júlio Bressane, presente en la sala, apiló imágenes de archivo para narrarnos la no-historia del Brasil precolombino. Le dijeron que no se entendía nada y denunció una "dictadura del control de la significación". Un ruliento levantó la mano y habló diez minutos. La pregunta era más incomprensible que la película. "A nadie le interesa todo esto, yo hago cine para mí", concluyó el director. Un "Momento BAFICI", sin duda alguna.
Una gran película: A Hijacking (2012), del danés Tobías Lindholm. Desde una aséptica compañía danesa, un CEO debe negociar el rescate de la tripulación del Rozen, un barco abordado por piratas somalíes en el océano Índico. Detrás del teléfono, sangre, heces, hambre y desesperación. Pero el empresario tiene que mantener la calma y negociar, lo que mejor sabe hacer.
Por imprudencia caigo en la proyección de Im Staub der Sterne (1976), ciencia ficción de Alemania del Este, valioso exponente de psicodelia comunista. Comunismo no menos extravagante que el que podemos ver en The Great North Korean Picture Show (2012), un paseo por los estudios cinematográficos de Kim Jong Il, el difunto "querido líder", que además de presidente fue el principal productor, guionista y personaje de ficción del cine de su país. Despreciaba la vida, la libertad, la democracia, la diversidad; amaba el cine. Para pensar…